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El primer descenso del Cañon del Mascún

IMG_0176Historietas de la Sierra de Guara

En el año 1974 se consiguió el primer descenso integral del Mascun, el cañón mas importante de la Sierra de Guara, por un equipo del Club Peña Guara. Rebuscando en las hemerotecas de la época, hemos dado con el articulo donde uno de sus componentes, Adolfo Castán, nos narra las aventuras de este descenso.

Eran otros tiempos y el fenómeno del barranquismo para todos, estaba aún muy lejos de llegar. Era una actividad reservada para especialistas, el material era muy precario y el equipamento de los cañones era nulo. Tenia como contrapartida una mayor dosis de romanticismo, de descubrimiento, de incertidumbre.

Aquí debajo os transcribimos el relato periodístico, que seguro que gustara a los aficionados al descenso de cañones. De esto pronto hará 40 años.

EL  PRIMER DESCENSO INTEGRAL DE MASCÚN SUPERIOR

Nueva España. 29-08-74

El  17 de agosto, estamos en Rodellar. Son  las  6 de la mañana del día 18,  tras un desayuno frugal, distribuimos  el material entre los 6 componentes  de la expedición: Marian, Tirso,  Carlos, Pepe, Manolo y Adolfo.  Una cuerda de 100 metros, otra de  60, dos equipos de jumar, descensores   y seguro Shunt, 18 mosquetones,  raplús, pitonisas, clavijas, martillo,  dos cámaras fotográficas en  un bote de plástico hermético y  comida ligera  y energética es todo  cuanto llevamos. Hemos prescindido  de botes neumáticos demasiado  pesados para las tres horas de aproximación.  Pasaremos las badinas   a nado. Subimos  la Costera de Otín  a buen  ritmo, ya salvada, el sol comienza  rozar el horizonte de la sierra  Sivil. Sin detenernos lo más mínimo  en menos de 3 horas estamos  ante nuestro objetivo: El Saltador  de las Lañas.

El  martillo comienza  a golpear con  fuerza el raplús. La roca está sumamente  agrietada  y el agujero no  es adecuado para una pitonisa. Ponemos  en una grieta una clavija normal   e instalamos doble la cuerda  de 100 metros, medidos en 32 metros  la altura del salto.  A nuestra  derecha,  a unos 100 metros, observamos  un punto en el que con un  pequeño rapel de 6 metros, igual mente  llegaríamos al fondo. No obstante  hemos venido para realizar  el descenso integral, sin variantes,  por lo cual rapelamos el salto.  Cavilamos en la forma que los franceses  utilizaron para descender el  pasado año, sólo es posible mediante  clavos que hay que abandonar,   y en cambio no existe rastro alguno… Termina  el saltador en una poza  que pasamos por la orilla derecha.  La anchura del barranco es de  unos 70 metros. El agua no corre  en absoluto  y el cielo está completamente  despejado, todo comienza  bajo los mejores auspicios.

Mientras  plegamos la cuerda, dos compañeros  se adelantan. El cauce se  estrecha paulatinamente. El descenso  es suave  y por entre grandes bloques.  Apenas 300 metros recorridos   y una profunda poza que ocupa  los 3 metros que separan ambas  orillas, nos detiene. El agua está  muy fría, pero no hay otra solución,  que cruzar  a nado. Nos desprendemos  de la ropa que metemos  en las mochilas protegidas por  -bolsas de plástico. Se lanza al agua  el primero, en menos tiempo que  cuesta contarlo nada los siete metros.

La  salida es un trocito de medio metro  de longitud. Tras él, un salto  de  8 metros. Al pie del salto otra  poza. Como la estrecha salida no  permite más que la estancia de 3  personas, pasan dos más con las pitonisas,  martillo, raplús y la cuerda  de 100 metras, pues prevemos otro  salto tras  la segunda poza. El  raplús vuelve  a taladrar la roca.  Media hora después, cuando ya prácticamente  el agujero estaba terminado,  en un falso golpe se parte el  raplús. Se  instala el rapel  y Carlos desciende.  Efectivamente, tal como habíamos  calculado, la salida de la .segunda  poza en la que sólo hay cabida  para dos personas, es el comienzo  de un salto de 17 m.: 4 en vertical   y el resto en voladizo, puesto  que la base es cóncava. Después  se divisa un gran tramo llano.  Esto nos anima  y con el fin de  pasar las mochilas, nos vamos escalonando.  Con un teleférico montado  con la cuerda de 60 m., descendemos  el equipo al pie del salto  final. Lentamente vamos rapelando  todos. El contacto con el agua  es verdaderamente molesto; salimos  temblando de frío.

En  esta zona hay bastantes nidos  de palomas; aprovechan cualquier  oquedad para instalarlos. Al alcance  de nuestras manos tenemos  algunos pichones… Nos da pena  dejar sus nidos vacíos…  Una vez en  Rodellar, nos dirán que este trecho  del barranco es un gran criadero  de la paloma torcaz. Nos  reunimos al pie del salto; aquí  cae fuerte el sol, y mientras nos  secamos aprovechamos para comernos  unas pasas, ciruelas, almendras,  avellanas…  a unos no les convence  este tipo de comida  y sacan  un gran salchichón. En tanto,  comentamos que tampoco existen  en estas dos cascadas rastros de  un descenso anterior, quizá hayan  utilizado otra vía… Reanudamos  la marcha. Durante  unos dos kilómetros, ya no encontraremos  ningún tipo de dificultad.  Este tramo es conocido por los  Huertos de Juan. Una senda bajaba  desde Otín. Juan,  a decir de  Christian Abadíe, venía hasta este  lugar  a cultivar un diminuto huerto.  La senda subía luego por la  escarpada vertiente, hacia unoscampos  del municipio de Otín. Inexplicablemente,  el ínfimo rendimiento  que pudiera obtenerse de ellos…

La  vista se recrea en las mil formas  que la roca adopta. Dos colosales  agujas, tan esbeltas como la Cuca  de Bellosta, convergen nuestras  miradas… Algunos ventanales se  abren en las gruesas murallas pétreas…  En las badinas, semivacías  por  la infiltración  y evaporación,  infinidad de barbos se debaten  entre  la vida  y la muerte… Como  no llueva muy pronto inevitablemente  perecerán. Tras  este lapsus de tregua que Mascún  concede, los acantilados vuelven   a ocupar  la verticalidad absoluta,  acercándose rápidamente.  Una profunda poza se adueña del  cauce. Más allá del río se ostrecha  hasta poderse tocar ambas orillas  con los brazos en cruz. Nuevamente  nos despojamos de los monos.  El agua está mucho más fría;  aquí jamás llegan los rayos del  sol. Apenas si llega  la luz del día;  el fotómetro indica exposición para  obtener diapositivas. Continuas  badinas nos impiden poner la ropa  que los cuerpos temblorosos piden.  Las paredes son rectas, desligantes…  Una tormenta en los Oscuros  de Otín, no tiene defensa  posible. Grandes rocas empotradas  10 metros sobre nuestras cabezas  nos producen una sensación de inestabilidad.

Llevamos  200 m. de los Oscuros, cuando  el cauce se transforma en subterráneo.  Prevista la eventualidad,  sacamos las linternas. Son 100 metros  de cueva; el suelo  está sembrado de bloques angulosos.  En las dos bocas de salida,  se acumulan gruesos troncos y  ramas secas, arrastrados por la impetuosa  corriente. En   la cavidad, que hace una cerrada  curva, el cauce se ha ensanchado.  Nuevamente, al salir por un salto  de  4 metros, vuelve  a la angostura  anterior (2 m. de anchura).  La oscuridad se acentúa. Un nuevo  salto de 5 m. obliga  a instalar  la cuerda. Se suceden los chapuzones  por las badinas de agua helada   y fétida, producto del prolongado  estancamiento.

Ante  nosotros se abre ahora el tramo  más sombrío. Un agujero oval,  deja entrever 10 m. más abajo  unas aguas de color indefinido… Negras,  verdes, oscuras… La luz, en  el fondo, es nula. Tememos lo peor:  que sea un pozo sin continuación  horizontal. No obstante el hecho  de encontrar por primera vez  restos de otras expediciones, clavos,  trozos de cordino…, nos afianza  un poco. Completamente mojados,  ráfagas de aire encañonado  nos congelan.

Instalamos  la cuerda de 100 m., por  lo que pueda venir tras este Pozo  Negro,  y desciende Manolo. Tras  pasar dos badinas sucesivas, nos  grita que 150 m. más allá se ven  los rayos del sol. Con mayor rapidez  que para decidir quién bajaba  primero, lo hacemos los demás.  En las salidas de las pozas no caben  más que dos  o tres personas,  pero la cuerda es larga  y ganamos  dos nuevos escalones de 4 y   5 metros.

A   la salida de la badina, tras el salto  de 5 m., encontramos dos clavos  bien colocados; allí instalamos la  cuerda de 60 m. que nos permite  superar los líltimos obstáculos de  los Oscuros. Varias  pozas nos llevan  a  la última  dificultad; una cascada de 7  m..-El agua, mucho más fría, nos indica-  el emplazamiento de manantiales.  Superado el salto, e! barranco  ya nos es totalmente conocido. Una  hoguera nos reanima. Después,  bajo las últimas luces del sol  poniente  y sin cansancio aparente, caminamos hacia Rodellar. Han sido 16 horas.

ADOLFO  CASTAN, del  G, I.E. Peña Guara